Foro VESPANIA
Al igual que en los anteriores veranos, mi viaje vacacional ha discurrido por Europa, en compañía de la TX200, “Cacereña”, sin nadie más a nuestro alrededor, pudiendo ser libre de escoger dónde parar, dónde comer, dónde dormir, qué visitar, etc, etc, etc.
El planteamiento inicial era el de rodar durante unos quince días, con el fin de acudir a diversos festivales y conciertos estivales, saboreando el verdor del paisaje, la música, y los museos del automóvil que se encuentran en diversos enclaves sobre los que se vertebraba la ruta escogida.
A grandes rasgos, las características del viaje han sido:
Kilómetros recorridos: 5.408 km
Kilómetros recorridos bajo lluvia: 1.700 km (aprox)
Media diaria: 386 km
Máximo diario: 810 km
Velocidad media: 62 km/h aprox, con paradas/repostajes
Velocidad máxima instantánea: 108 km/h
Combustible consumido: 239 litros
Aceite consumido: 5,5l aproximadamente
Coste del combustible: 332 €
Averías en ruta:
2 Gripajes
Fallo del regulador de tensión
Calcinación del mando de luces
Rotura de la sirga delantera de freno
Rotura de la sirga del velocímetro
Deterioro del retén exterior del cigüeñal
Fusión de los fusibles de protección
Fallo del amortiguador delantero
Con estas premisas, me dispongo a narrar cada una de las jornadas, tratando de hacerlo de la manera más amena posible. Para evitar problemas a la hora de colgarlo en el foro, lo iré haciendo en sucesivos mensajes.
JORNADAS PREVIAS. LA PREPARACIÓN [/font]
Desde los meses previos a la partida, el viaje va tomando forma. En su inicio, la intención es acudir a cuatro conciertos que tienen lugar entre el 22 y el 31 de julio, así como a algunos museos que se encuentran más o menos de paso. La ruta se define según confirmo las fechas y ubicación de los previamente citados.
LA RUTA: Tiene origen en Zaragoza, digiriéndome a Reus, donde debo ultimar unos asuntos laborales. Desde aquí, el paso de Puigcerdá me conducirá a Francia, desde donde los principales nodos de paso son: Toulouse, Lyon, Besançon, Mulhouse, Strasbourg, Stuttgart, Colmar, Mulhouse, Basel, Lausanne, Aosta, Albertville, Ginebra, Montreux, Stuttgart, Clermont Ferrand, Toulouse, Huesca, Zaragoza.
LA MOTO: Vespa TX 200 de 1992, con mecánica estrictamente de serie. Kilómetros en el velocímetro en el momento de la salida, 48.460.
LOS ACCESORIOS: Pantalla delantera. Barras laterales de protección sobre los cófanos. Tres baúles instalados sobre herrajes elaborados a medida. Uno central de 46 litros de capacidad y dos laterales de 36 litros. Total 118 litros. Portabultos delantero con un bidón de 5 litros de gasolina, así como 2 litros de aceite de mezcla Castrol TTS. GPS Becker.
LOS NEUMÁTICOS: Michelín SM100, 3,5/10” nuevos en el momento de la salida. Presiones: 2,0kg/cm2 en el delantero y 2,4kg/cm2 en el trasero.
Durante algunos días, ruedo con las maletas instaladas, con el fin de comprobar que la velocidad punta apenas se ve afectada, aunque sí el consumo. La distribución de pesos es muy adecuada, no observando apenas flotación de la dirección. Sin embargo sí se aprecia un shimmy bastante notable.
JORNADA 0. 19 DE JULIO. LA TOMA DE CONTACTO [/font]
4:30 horas de la madrugada. Suena el despertador. Enciendo la luz. Nervios. Observo la ropa de moto preparada sobre la silla del escritorio. Las maletas aguardan junto a la puerta. Ya no hay vuelta atrás. Me levanto rápidamente, una ducha rápida, una última revisión; la documentación, la moneda extranjera, las llaves, los bultos, el reloj… Parece que no olvido nada. Con todo ello bajo al garaje donde “Cacereña” me espera, repostada desde la jornada anterior. Fijo las maletas sobre los anclajes, y decido abrigarme, puesto que a tales horas no hará calor, y la chaqueta perforada no es precisamente de mucha utilidad ante el frío matinal.
Starter y arranque. Salgo de casa en la noche, con una temperatura agradable, pero que me hará pasar frío a partir de cierta velocidad. Atravieso las calles desiertas en dirección a la carretera de Barcelona. A partir de aquí ruedo cómodamente, en dirección a Lérida. Atravieso la ciudad, y paro a repostar en la ronda que se encuentra al sur. Por ahora el consumo me permite recorrer cómodamente 140km antes de llenar el depósito. Continúo por la carretera de Tarragona, y en Montblanc me desvío hacia Reus. En torno a las 8h30 llego a la ciudad, sin percances. Poco antes de entrar he repostado de nuevo con el fin de dejar la moto lista para el día siguiente.
El resto del día trascurre con normalidad. Enclaustrado en la oficina de un cliente, ultimamos unos proyectos que hay que entregar en unos días. Me retiro, reflexionando sobre la jornada que me espera mañana.
JORNADA 1. 20 DE JULIO. LA SALIDA [/font]
5h45 de la mañana. De nuevo en pie. Me espera un día largo, y tengo que salir pronto por si surge algún percance. A las 6h30, con todo el equipaje cargado, me siento en la Cacereña, tomando rumbo hacia el norte.
Con el fin de ganar tiempo, decido aproximarme hacia el Pirineo rodando por autopista hasta Barcelona, puesto que en caso contrario es necesario dar mucho rodeo. El primer tramo se me hace muy corto. Dejo atrás rápidamente la ciudad, rodando por un bonito desfiladero que aparentemente se sitúa al este del macizo de Montserrat. No hay mucho tráfico, y por ahora la velocidad se mantiene sin problemas. Tras recorrer unos 150km, la necesidad de almorzar y repostar me hace buscar un lugar de parada. Encuentro un pueblecito, donde disfruto del primer café de la jornada, un bocadillo de jamón con tomate, y la vista de Cacereña desde la terraza.
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Salimos de nuevo, avanzando hacia el norte. La proximidad al Pirineo se deja ver por el frescor y el color del paisaje. Atravieso el túnel del Cadí tras haberme detenido a hacer algunas fotos. En breve me adentraré en mi querida Francia. Realmente, un paso a nivel, y aparentemente al otro lado de la línea ferroviaria ya estoy allí. La carretera discurre paralela a la vía, y dejo al oeste Andorra. El ascenso continúa, en un paraje precioso. He decidido continuar por el puerto, evitando el túnel, puesto que prefiero divertirme en las herraduras, saludando a otros motoristas cuando me cruzo con ellos.
Una vez que comienza el descenso, me adentro en un valle frondoso junto al río. Cómo no, estamos en Francia. Durante mi travesía, veo algo sorprendente, lo que parece una Vespa parada en un recodo junto a un puente. Según me acerco se confirma, una carrocería PK, rodeada de lo que parecen maletas, utillajes y piezas. Sin dudarlo me detengo a su lado para saber qué ocurre.
Matrícula italiana, de Turín según averiguo posteriormente. Se trata de un chaval que viaja con una Vespa 50 y que retorna de los Vespa World Days en Fátima. Y no sólo eso. Además de haber ido a Portugal con una 50, me comenta que se dirige a París con el fin de visitar a su novia. El aspecto es un poco desolador. Una pobre 50 cargada hasta las orejas, con un gran maletín de herramientas, una botella de camping gas, saco de dormir, lata de gasolina, mochila, etc. Todo un viajero. Dado que habla español nos arreglamos sin problemas. Tiene algunos problemas con el cilindro, y le ayudo a apretar el escape. También trato de limpiar unas bujías que lleva. Realmente, parece más dotado de valentía que de preparación para el viaje que ha emprendido. Me cuenta que el día anterior le dejaron pasar por el túnel del Cadí, tras rogar después de haberse quedado parado sobre un viaducto bajo una intensa granizada. Me explica que lleva un cilindro de 75cc, pero eso tampoco le permite superar los 40km/h, puesto que no ha conseguido una buena puesta a punto. Y que hoy tratará de llegar a los alrededores de Toulouse para dormir. Tras intercambiar los datos de contacto y conseguir poner en marcha su moto, retomamos el viaje junto. En cierto modo le “escolto” hasta la gasolinera más próxima. Lo cierto es que me resulta divertido rodar a esa velocidad observándole delante e imaginando las peripecias que ha tenido que sufrir durante los días previos, o quizás las que le quedan aún. Allí repostamos y nos despedimos. Me regala una pegatina que representa su itinerario, y que en este momento se encuentra adornando mi guantera.
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Tras dejar su vista alejándose en mi retrovisor, sigo en dirección a Toulouse. Al llegar a esa zona la temperatura se incrementa llegando a los 37ºC. Rodeo la ciudad por el sur y me dirijo hacia el este, con destino Albi. A los pocos kilómetros me lanzo por la autopista, y repentinamente la moto comienza a hacer un ruido extraño. Pierde potencia, se ralentiza, se bloquea. Estoy gripando. No puedo creerlo, más de 35.000km juntos y nunca un gripaje. Aprieto el embrague, se para y me retiro al arcén a decidir qué hago. Consigo ponerla en marcha de nuevo, con un ligero tintineo. Creo que puedo continuar. Abandono la autopista inmediatamente y me adentro en una carretera flanqueada por sendas filas de plataneros. La típica carretera ensombrecida por árboles, en la que se puede disfrutar rodando a sesenta por hora y sin apenas tráfico.
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Atravieso un pueblo con una bonita iglesia gótica que aprovecho para visitar, en la cual se encuentra ensayando un coro.
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Finalmente llego a Albi, y me dirijo a la ciudad medieval. Esta ciudad se caracteriza por la edificación realizada en ladrillo, que se impuso en la edad media. Por dicho motivo, la catedral gótica, que es majestuosa, se encuentra realizada íntegramente en este material. Me paseo por las calles del casco viejo, sintiendo no poder quedarme más tiempo. También me llevo como recuerdo el que ha resultado ser un fantástico licor de cacao.
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Dejo la ciudad y me dirijo a Castelnau de Montmiral, un pequeño pueblo medieval del estilo de Ainsa con una plaza porticada, designado como uno de los más bellos de Francia. Aparco la Vespa bajo los soportales. Me alojo en el Hotel des Consuls, un edificio del siglo XVII, donde charlo animosamente con el propietario. Desde la terraza del hotel, donde disfruto de la gastronomía regional, observo a Cacereña junto, curiosamente, a una Harley. Tan diferentes y las dos allí, contándose las desventuras del día.
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JORNADA 2. 21 DE JULIO. EL MACIZO CENTRAL [/font]
7h00 de la mañana. Desayuno tranquilamente tras una noche de profundo descanso. El día promete y hay que empezar con fuerzas.
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Debo decir que el destino inicial era Lyon, para acudir a un concierto de Mark Knopfler en el teatro romano. Sin embargo, el no haber recibido la entrada me obliga a cambiar la ruta y preparar una alternativa.
El destino sustitutivo es Pont les Moulins, un pueblo cerca de Mulhouse, tras superar Besançon, para lo que debo recorrer unos 700km. Me dirijo hacia el este, superando Albi de nuevo, en dirección a Rodez para comenzar a subir hacia el macizo central. Se trata de una zona con una altitud superior a 1000 metros, extensa, donde al menos se puede rodar con cierto frescor, entre bosques y zonas montañosas, subiendo y bajando de cima en cima.
Ruedo por autovía, por el momento. Veo un radar a la derecha, bajada maravillosa, limitada tan solo a 90km/h. No es justo, ¿no?. Tengo curiosidad, no sé si funcionará, pero dado que es de los que dispara de frente, habrá que probarlo, al menos la ausencia de matrícula delantera es una ventaja. Acelero todo lo que puedo, y me sitúo sobre 100km/h. Veo el radar a la derecha, sonrío, y de repente un flash. Efectivamente funcionaba, espero que hayamos salido guapos.
Poco después, tomo una salida de la autovía, que como comprobaré durante tres horas, es errónea. Me adentro por carreteras locales, aunque perfectas, entre bosques de pinos y pastos con vacas. Cruce tras cruce, espero que el GPS me dirija hacia algún lugar habitado, puesto que no sé dónde estoy exactamente, la cartografía en papel que llevo no es tan detallada. En un momento termino en un camino de tierra, que termina en una granja. Desoigo las indicaciones del navegador, me doy la vuelta entre los ladridos de los perros que habitan el lugar, y retorno por el mismo camino. El nivel de gasolina va bajando, y sigo sin tener muy claro de a qué distancia estoy de una ciudad de cierto tamaño. Tras recorrer unos parajes maravillosos, con solamente 120km en unas tres horas, llego a Le Puy en Velay, donde por fin consigo repostar, y retomar la ruta prevista.
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Autovía de nuevo, y ruedo en dirección hacia Lyon, ciudad que debo dejar atrás. El calor empieza a hacerse insoportable, de nuevo por encima de 33ºC. Según desciendo, la temperatura aumenta. Me entretengo haciendo mis cálculos, y estimo que la variación ronda un grado por cada 100m de variación de cota. Y efectivamente se aproxima bastante, puesto que cuando me encontraba a 1100 metros había unos 24ºC, y a la altura de Lyon, con unos 200 metros, la temperatura es mucho mayor.
Finalmente, no sé exactamente dónde, se produce de nuevo lo que me temía. Bajada pronunciada, comienzo a adelantar un camión, lanzado a toda velocidad. Lo supero fácilmente, me incorporo de nuevo a la derecha, y de pronto los mismos síntomas que el día anterior. Se clava, decelero con el camión a mis espaldas, sin casi tiempo para poder apartarme. A menos de cincuenta metros hay un viaducto, donde no hay arcén, así que puedo elegir entre detenerme como sea antes, o bien quedarme en medio del viaducto y que me arrollen. Clavo los frenos, me meto en el arcén con el camión pisándome los talones, estilo “el diablo sobre ruedas”, y consigo detenerme unos diez metros antes del comienzo del viaducto. Otro gripaje. Espero unos instantes para ver qué hacer. Intento arrancar de nuevo, y el motor sigue funcionando para mi sorpresa. El sonido es lamentable pero gira. Nos incorporamos con precaución y de nuevo en ruta.
Una vez más rodando hacia Lyon, con unos 36ºC. En esta zona ya no conozco la geografía, pero deseo ganar altitud de nuevo con el fin de que se reduzca la temperatura. Mi deseo no se hace realidad. Atravieso su circunvalación con mucho tráfico, y gran temor de gripar de nuevo en un túnel o ante la intensa circulación. Por fin me alejo de Lyon, acercándome a Besançon, y tomando por fin carreteras secundarias. Ruedo de nuevo por rincones verdes, y sobre las 18h30 llego a Pont les Moulins.
El hotel es encantador, envejecido, con un sabor rancio que adoro. Tras relajarme me acomodo en la terraza para saborear su cocina. Después de una jornada así creo que me lo he ganado. Empiezan a caer las primeras gotas. Casi parecía haber olvidado que estaba en Francia. Me retiro agotado. Hasta el retorno, no me esperan jornadas así de duras.
pedazo de viajes te haces, espero que estos relatos se materializen en un futuro y definitorio libro de ruta para vespistas 😮 😮 😮 😮 😮 😮 😮
GTV250ie 08,P 200 E DN 83 , 160 del 69, 150 S 61(sidecar) y 62, 150 Sprint 65 ( Rally180) ,125 S 61,125N 53,75 Pk 82 y 50 del 67. Jet 200,TV 175 Serie 3 y Li 125 II Serie 64.SC del 82.
Soy vespista, que no vespero ni escutrerista ¡¡
JORNADA 3. 22 DE JULIO. PRIMER CONTACTO CON ALSACIA [/font]
Los planes para hoy me permiten iniciar la ruta con más tranquilidad. Me esperan menos kilómetros, y además tengo bastante que visitar. Tras un buen desayuno, salgo a la calle para amarrar los trastos.
Llueve, suavemente, pero con un color de cielo que anuncia agua durante todo el día. No hay problema, la moto funciona mejor, y además gasto menos neumático. Me disfrazo con el traje de agua, y me dirijo hacia Mulhouse. Primero ruedo por autovía, y en los alrededores de la ciudad decido continuar por la nacional. Aunque hay obras, semáforos, rotondas y ralentiza bastante, tampoco importa puesto que voy sobrado de tiempo. Sobre las 10h15h llego al museo del ferrocarril. Previamente me había detenido para consultar el horario del museo de la electricidad, y al intentar salir de nuevo la moto no arranca. Tras insistir con la pata observo que había olvidado dar el contacto, cosa de los nervios.
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Dedico unas cuatro horas a visitar el museo del ferrocarril. El material que conserva es fantástico, como por ejemplo el automotor propulsado por los motores Bugatti que fueron diseñados en los años treinta para el Bugatti Royale. De aquí me dirijo al museo de la electricidad promovido por EDF (Électricité de France). Dado que se han preocupado de conservar un patrimonio industrial admirable, el museo posee una colección digna de visitar. Entre todo ello, un grupo electrógeno de vapor de 1901 que se encontraba instalado en una fábrica textil, y que es la joya de la exposición, denominado como “la grande machine”. Restaurando en los años ochenta, se encuentra en perfecto orden de marcha y su visita se acompaña de un vídeo que rememora la importancia que tenía para la buena marcha de la industria que impulsó durante decenios. Emocionado, dejo el museo poco antes de las cinco de la tarde.
Por ahora no llueve, y me arriesgo a continuar viaje sin el traje de pocero. Tomo una autovía hacia el norte atravesando la Alsacia, con la intención de alojarme en Mittelhousen, al norte de Estrasburgo. A mitad de viaje el GPS empieza a dar fallos. Por lo que parece sólo carga con el motor muy revolucionado, lo que anuncia una avería en el regulador de carga. Intento mantenerlo en marcha, puesto que las carreteras secundarias que me conducen hacia ese pueblo no figuran en mis planos de papel. A unos tres kilómetros de Mittelhousen las nubes negras anuncian lo peor. Empieza a chispear, y dudo de conseguir llegar al hotel antes de empaparme. De pronto, en el último pueblo que debo atravesar, la carretera de salida se encuentra cortada. Debo dar un rodeo y apenas sé dónde estoy. Trato de desviarme, y acabo en el mismo lugar. Decido tomar otra dirección, y me alejo. Empieza a llover fuerte, no escapo de la tormenta. Atravieso un pueblo en obras, saltando entre los adoquines, las alcantarillas y los bordillos. Me parece que voy a pinchar o caerme en cualquier instante. Sin embargo, consigo superarlo y por fin llego al hotel.
Mi intención es cenar allí mismo, pero la sorpresa llega cuando me informan de que el restaurante del hotel está cerrado. Las opciones pasan por ayunar, o tratar de encontrar algo en los alrededores. Al final deshago el camino recorrido, entre baches y alcantarillas, y consigo llegar a un pueblo donde encuentro un restaurante muy acogedor. Con aspecto desesperado, me acomodo. La decisión ha sido un acierto, y la cerveza local así como el buen queso apagan mis lamentos. A la salida observo que sobre el tejado hay varios pavos reales, revoloteando como si se tratara de gorriones. Por lo visto deben haber sido adoptados por el establecimiento.
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Una vez más, me dirijo en dirección contraria, para retirarme. El día ha sido agotador, abrumado por las visitas realizadas, y las dificultades de orientación en ruta.
JORNADA 4. 23 DE JULIO. LA GRAN DECEPCIÓN [/font]
7h00 de la mañana. No me sobra el tiempo, puesto que quiero llegar al museo Mercedes Benz en Stuttgart lo antes posible. Parto sin más, bajo la lluvia, con intención de tomar una autovía hacia el este.
A pocos kilómetros entro en Alemania, puesto que la frontera está muy próxima. Estoy en el que considero un territorio más extraño para mí, puesto que el desconocimiento de la lengua, lo que me obliga a entender en inglés, idioma que aborrezco, me supone un esfuerzo adicional.
No me cuesta mucho tiempo alcanzar Stuttgart. El GPS cada vez funciona peor, se apaga y enciende constantemente ante el fallo del regulador, pero sobrevive lo suficiente para conducirme hasta el museo Mercedes. Aparco la moto bajo una arboleda a pocos metros de la entrada, y guardo como puedo el traje de agua empapado, intentando evitar que remoje todo lo que llevo en el baúl central.
Accedo al museo antes de las 11h00 de la mañana. También observo el escenario al aire libre donde se celebra el festival de jazz, y al que acudiré por la tarde para un concierto de Richard Galliano con la orquesta de cámara de Stuttgart, para interpretar a Bach y a Piazzolla.
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No es fácil describir el museo. Un edificio colosal, de reciente construcción, que aglutina la historia de la marca desde sus inicios con Daimler, Benz y Maybach. Las fotografías son el mejor testimonio de lo que allí encontramos. Además, la exposición interactiva, así como la guía disponible en español hace la visita muy amena.
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Dedico todo el día, hasta terminar agotado en torno a las 16h00, momento en el que me dirijo a la tienda del museo, de obligada visita. Concentro mis esfuerzos en no comprar más que lo imprescindible, y que se centra básicamente en recuerdos para algún amigo, más que para mí. Afortunadamente la mayor parte de la sección de librería se encuentra en alemán, lo que me evitar poder salir con varios kilos de libros.
Por la tarde continúa lloviendo. Me dirijo al hotel para cambiarme y retornar al concierto. Los malos augurios empiezan a revolotear por mi cabeza. Mucha agua para unos instrumentos de cuerda y madera. Me dirijo de nuevo al recinto del concierto y me encuentro lo peor. El concierto ha sido anulado a última hora a causa de la lluvia. Estoy en el culo del mundo, con mi entrada adquirida desde Zaragoza, y no tengo ni la opción de saludar a Galliano. Si al menos me hubiera cruzado con él podríamos habernos tomado una cerveza, puesto que ya coincidimos en mayo en Suiza y se mostró muy afable.
Vuelta al hotel, encabronado, mojado y hambriento. Decido no salir de nuevo, prefiero comerme los restos que lleve por la maleta que intentar ir al centro de una ciudad que desconozco sin plano. Con lo que he pasado hoy más me vale enclaustrarme y esperar al día siguiente a que amanezca.
JORNADA 5. 24 DE JULIO. LAS CIGÜEÑAS ALSACIANAS [/font]
Decido abandonar el hotel tan pronto como pueda desayunar. Después de la amarga experiencia quiero largarme cuanto antes y volver a Francia, donde al menos le puedo contar mis desgracias a alguien. Sigue lloviendo, así que no dudo en ponerme el traje de agua. Espero que a lo largo del día el tiempo mejore, como había visto en la predicción de “la méteo”.
Salgo en dirección a Estrasburgo cruzando la Selva Negra por carreteras secundarias. Aunque llueve no importa, ruedo tranquilamente, hay poco tráfico y el paisaje es maravilloso. Por desgracia, algunas de las zonas más verdes están cubiertas por la niebla y no veo gran cosa.
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De pronto, en una recta, un coche se aproxima de frente por mi carril, sin luces, y en línea continua. No puedo creer lo que estoy viviendo, en plena Alemania, país caracterizado por el respecto en la conducción, como he podido comprobar en otras ocasiones. Está claro que le es indiferente mi presencia durante el adelantamiento. Finalmente tengo que meterme en el arcén para salvar las distancias y evitar la colisión. Justo cuando nos cruzamos puedo apreciar la matrícula levemente. Español, cómo no. Más de dos mil kilómetros desde mi salida y claro, el primer susto que sufro tiene que venir de manos de un españolito. Si bien es cierto que en Francia y Alemania he observado que tienen poco respeto por la línea continua, también debo decir que los adelantamientos que he observado en dichas condiciones no han supuesto ningún riesgo, y que están motivados por la mala señalización de la carretera.
Dejo atrás esos instantes de miedo, y prosigo hacia la frontera francesa. Durante este recorrido, de unas dos horas desde que he abandonado Stuttgart, voy meditando sobre mi problema eléctrico y pienso, ¿sería posible conseguir un regulador en Estrasburgo? Decido probar suerte y me adentro en la ciudad. Con ayuda de las indicaciones me dirijo directamente a la estación ferroviaria, la “gare” en francés. Una vez ahí, localizo la oficina de turismo en el interior, y me dirijo para tratar de obtener la dirección del concesionario Piaggio más próximo. Con una amabilidad admirable, el personal allí presente me facilita la dirección de “Scooter 66”, concesionario oficial, y aparentemente el único. Tras introducir la dirección en el GPS, con los restos de la malograda batería, consigo llegar hasta la puerta.
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Numerosas GT modernas, X8, y secapelos similares franquean la puerta. Sin embargo, la partida de un cliente me permite ocupar un hueco en la misma puerta, donde dejo a Cacereña, ante la atónita mirada de los mecánicos que observan mi matrícula, así como la pegatina oval con la “E”. Entro en el concesionario y les explico lo ocurrido. Con un trato familiar, me explican que no tienen reguladores de cinco polos en existencia allí. Sin embargo, decido comprar una batería nueva. Ésta me permitirá alimentar el GPS durante horas sin problemas, con el fin de usarlo sólo en el acceso a ciudades o en los cruces difíciles. Además, dado que necesito una batería para la CL150 que estoy restaurando, no me importa traerla desde Estrasburgo, más aún cuando es una Yuasa y encima más barata que en España.
Los dueños del concesionario me ofrecen un café y paso más de media hora relatando mi viaje, gratamente sorprendidos. Me regalan una placa grabada del Vespaclub de Estrasburgo, y me facilitan sus datos de contacto por si en alguna ocasión vuelvo a pasar por allí. Asimismo, hago alguna foto del lugar, de la cual prometo mandarles copia. La verdad es que la acogida ha sido fantástica y aunque no han podido ayudarme mucho, me han trasmitido ánimos.
Decido partir para detenerme en Colmar, ciudad preciosa vertebrada por los canales que la atraviesan. En menos de una hora llego a un área de servicio al norte de dicha ciudad. Dado que ha salido el sol y que hace un día fantástico, decido detenerme para comer, descansar y secar la ropa de agua. Me tiro en el césped, con una ensalada, un sándwich, y una botella de Rivella. El Rivella es un refresco típicamente suizo, aunque por lo que parece en esta zona, por la proximidad al país, también es posible encontrarlo. Extiendo toda la ropa, los mapas, los guantes, etc. Vamos, prácticamente todo, que después de dos días de lluvia había adquirido cierta humedad.
Al poco tiempo veo aparece alrededor, a unos veinte metros, varias cigüeñas. No me lo puedo creer, ¿cigüeñas como si se tratara de gorriones? Pues por lo que se ve, es el pájaro más extendido en la Alsacia, y campan como las palomas en la plaza del Pilar. Y te piden comida, así que más vale repartirla si no quieres que te la roben directamente. Teniendo en cuenta que es un pájaro que me resulta especialmente simpático, me lo paso en grande compartiendo mi almuerzo con ellas, y haciendo fotos a tan solo medio metro. Desde luego, a esa distancia, con semejante pico imponen, como para darles la espalda.
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Después de dos horas de merecido descanso, salgo finalmente hacia Colmar. Tras aparcar en el centro, me dedico a pasear por la ciudad, viendo las típicas casas alsacianas, algunas iglesias, y los cientos de maceteros con flores que pueblan todas las fachadas. Parece sacado de una postal. Y confirmo, en las tiendas de recuerdos, que efectivamente las cigüeñas están muy extendidas en la región, por la variedad de peluches, llaveros y pegatinas que encuentro sobre las susodichas zancudas.
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A las seis salgo hacia Turckheim, pueblecito situado a poco más de diez kilómetros, donde había previsto alojarme. Llego en poco tiempo, y tras cruzar la muralla advierto que también parece un decorado. Todas las casas están perfectamente conservadas, con las fachadas tejidas por vigas de madera y paños de obra, cada cual de un color diferente, sin que ninguna parezca fuera de lugar.
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En el Auberge du Brand, donde me detengo, me ofrecen aparcar la Vespa en su jardín. Un detalle, puesto que en toda la calle es imposible encontrar un solo hueco libre. Tras lanzarme a recorrer el pueblo, decido cenar en el mismo hotel. Se trata de un rincón extremadamente acogedor. Tras el segundo plato, consistente en bacalao fresco (cabillaud), aderezado con pesto y polenta, alabo ante la camarera el gusto del cocinero por la influencia de la cocina italiana. También le comento que me agrada mucho la polenta, que tiene su origen en la Lombardía, y que yo conozco aún más por Bérgamo, donde se emplea como acompañamiento y para un postre extremadamente goloso. La sorpresa del cocinero es tal por mi observación, que no duda en obsequiarme con una copa de champán.
Antes de dejar la mesa, la camarera me pregunta si voy a hacer la ronda del “veilleur de nuit”(vigilante de noche). Tras explicarme en qué consiste, descubro que se trata de una representación del que fuera “sereno” en la Edad Media, que te enseña el pueblo a partir de las diez de la noche, en un recorrido durante el cual explica cuáles eran sus funciones de seguridad y vigilancia, los cánticos que entonaba en alsaciano, así como las peculiaridades de la arquitectura de la ciudad. El hombre, caracterizado por el atuendo de la época, una alabarda y un farolillo con una vela, resulta especialmente simpático, relatando las curiosidades del lugar, cantando, y contando chistes sobre el lugar. Su buena dicción me permite comprender prácticamente todo. Supongo que no habría más españoles en el grupo, lo que me resulta francamente divertido. En estos momentos es cuando más se agradece el esfuerzo de haber intentando ampliar los estudios de idiomas.
Pasada la medianoche finaliza el recorrido, que recuerdo con mucha ilusión, puesto que me ha parecido, junto con otras actividades que se desarrollan en el entorno, una muestra de la conservación de las costumbres de otra época, reviviendo tan singular profesión.
JORNADA 6. 25 DE JULIO. LA COLECCIÓN SCHLUMPF [/font]
Abandono Turckheim en torno a las nueve de la mañana, agradeciendo a la recepcionista el descubrimiento de la ronda realizada la noche anterior, que me había conmovido. Supongo que entre eso, la vespa, y la polenta les habré sorprendido.
En poco más de media hora llego a Mulhouse, unos días después de mi primera visita, para dirigirme al Museo Nacional del Automóvil de Francia.
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La historia del museo es cuando menos curiosa. En los años cincuenta y sesenta, dos hermanos, los Schumpf, de origen suizo, consiguieron hacerse con el poder sobre la práctica totalidad de la industria textil en Alsacia. Amasaron una gran fortuna, con no menos de dos mil empleados trabajando en diferentes factorías por toda la región. Durante esa época, comenzaron a crear una colección particular de automóviles, adquiriendo todo lo que encontraban a su paso, y centrándose de una forma casi enfermiza en Bugatti. Aprovechando una fábrica ya en desuso situada en Mulhouse, iniciaron la creación de un museo privado, con un taller de restauración en el que trabajaban más de treinta personas. Se sabe que llegaron a comprar lotes con más de treinta Bugattis, con la única intención de obtener dos o tres unidades que les interesaban. Acumularon más de 400 vehículos, procediendo a su restauración concienzuda, y definiendo una colección que pretendía agrupar los vehículos más significativos de la historia de la automoción desde aproximadamente 1870, incluyendo varios de vapor.
El caso, es que al comienzo de los setenta, con el museo casi terminado, comienza una gran crisis y la industria textil se arruina. Los hermanos Schumpf tienen que huir exiliados a Suiza, mientras los obreros en paro ocupan el museo, esgrimiendo que representa la garantía de sus compensaciones económicas. Durante dos años el museo es ocupado por lo obreros, que según tengo entendido lo abren al público.
Posteriormente, con el fin de salvaguardar la colección, los Schlumpf se ven obligados a ceder la colección a una entidad que la explota actualmente, obligados por el gobierno francés. De este modo nace el museo nacional, con más de 400 vehículos expuestos, de los cuales 136 son Bugatti, con tres unidades del Royale, y más de 200 vehículos guardados esperando una futura restauración.
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Tras estar un buen rato charlando sobre la colección y sobre música de Piazzolla con una azafata de ascendencia argentina, me retiro al hotel. El cansancio hace que decida quedarme allí, tratando de revisar la instalación eléctrica de la Vespa. De hecho, un error en la colocación de la nueva batería me supone fundir los fusibles de protección y quemar lo poco que quedaba del regulador, por lo que a partir de este momento el GPS queda definitivamente anulado, teniendo que desconectar parte de la instalación de la moto.
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Acojonante, muchas gracias por compartirlo, las fotografias preciosas, repito muchas gracias por contarnoslo. Dale una palmadita en el cofano a mi paisana.
Un saludo y aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaadios.
PX 125 T5 (lupita)
Lambretta LI-150 (la litrovino)
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Quien salva una vida, es un héroe; quien salva 3 es DONANTE.
Dona sangre, salva vidas ¡¡¡¡¡¡¡
JORNADA 7. 26 DE JULIO. TRAVESÍA ALPINA [/font]
Dado que tengo que atravesar Suiza así como los Alpes, decido salir temprano, sin un café siquiera. Abandono Mulhouse con rumbo a Basilea. Casi sin darme cuenta atravieso la frontera. Al poco de hacerlo, me detengo en una estación de servicio, con el fin de repostar y comprar la “vignette”, que permite circular durante todo el año por las autopistas con un coste de 40CHF. Además conviene hacerlo, puesto que es complicado, además de absurdo, tratar de atravesar Suiza sin pisar una autopista.
Adhiero la pegatina en la pantalla, lo que me resulta muy gracioso. Una vespita española con la viñeta de las autopistas suizas. Atravieso la zona alemana, tratando de no detenerme hasta llegar a la zona francófona. Así, desciendo hacia Berna, y Friburgo. Al llegar al lago de Gruyère, me detengo en un área de servicio, donde descubro una colección de vacas decoradas al estilo de las que poblaron hace unos años las calles de Bilbao, que incluso se pueden adquirir. Al fondo una cordillera, con el lago a sus pies. Aprovecho para almorzar, puesto que el frío y el hambre me han atenazado, por lo que me detengo un rato para entrar en calor y aprovechar para comprar chocolate.
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Al salir reposto, y aprovecho para comprobar la presión de los neumáticos. El manómetro está instalado sobre un calderín portátil que puedes mover sin necesidad de tubos. De este modo la operación es mucho más cómoda. Claro, en Suiza se pueden permitir hacerlo así porque la gente no se lleva el calderín con el manómetro, como sucedería aquí.
Abandono la zona con la tableta de chocolate troceada sobre la bandejita que porta la moto sobre la guantera. Así puedo ir zampando gracias al casco modular según avanzo. Lo cierto es que la tableta no dura más de diez minutos.
Al llegar al cruce con la autovía que une Lausana con Montreux, tomo dirección hacia el oeste, dejando a mi derecha el lago Léman, y poco después la majestuosa silueta del castillo de Chillon. Comienzo a rodar por un valle amplio, con la intención de girar en breve hacia el sur y comenzar el ascenso del Col du Grand St. Bernard. Empiezo a subir, a mi marcha, disfrutando del comienzo de los Alpes. Abandono cualquier tentación del túnel. Además ahí dentro hace frío y prefiero disfrutar de un día con algunas nubes, pero una temperatura estupenda. La ascensión me lleva bastante tiempo, puesto que la cima se encuentra a 2.473 metros. Al llegar detengo la moto junto a una BMW, que seguro que ha subido más rápido.
Comienza el descenso hacia el valle de Aosta. Ya estoy en Italia. Según bajo me cruzo con algunos motoristas almorzando en las zonas de descanso, que me saludan simpáticamente. La carretera está en obras, y hay varias zonas con circulación alternada y algo de gravilla. La verdad es que la vertiente Suiza está en mejor estado. De repente, en una frenada antes de una herradura, escucho un sonido metálico y observo como la maneta del freno delantero se hunde sin ninguna eficacia. Acabo de romper la sirga de freno, y aún tengo 25km de descenso por delante. Lo que me faltaba. El descenso del Gran San Bernardo sin frenos, puesto que el trasero está bastante limitado. A pesar ambos de tambor, siempre he tenido plena confianza en el delantero. Aumento la distancia de seguridad, reduzco la velocidad, preveo la frenada con mucho más tiempo, y con mucha precaución me dirijo a Aosta. Una vez en el valle, tomo la carretera hacia Turín. De pronto, veo el concesionario Piaggio. Mi reino por un regulador. Acudo directamente, y sorpresa “lunedi chiuso”. Ale, a joderse, que aquí cierran los lunes, para que luego digamos de los españoles.
Sigo hacia mi alojamiento, que se encuentra al fondo de un bonito valle, con un glaciar al fondo. Asciendo por un puerto impresionante, desde el que se observa todo el valle de Aosta. Luego habrá que bajar, y sin freno. Llevo más de una hora desde Aosta, y aún no he llegado al hotel. Empiezo a pensar que me he perdido, o que no sé dónde narices he hecho la reserva. La ascensión continúa, y me veo obligado a usar la lata de gasolina. Tras tomar algunos desvíos pregunto a un hombre en un merendero, y no sabe decirme dónde está el Hotel L’Espoir. Tras muchos kilómetros, finalmente llego a unas casitas de madera, que resultan ser el hotel. Observo que tengo al menos hora y media hasta Fénis, lugar de destino, donde acudo a un concierto de Franco Battiato con la Royal Philarmonic Orchestra. Bueno, pues lo primero es reparar el freno. Saco toda la artillería de la guantera, y sustituyo la sirga, engrasándola apropiadamente y tensándola bien. Una pequeña prueba, y problema resulto. Unos quince minutos y un problema menos.
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Abandono el lugar y retorno por el mismo camino. El paisaje es conmovedor, el cielo azul completamente despejado y unas vistas de infarto. Desciendo de nuevo al valle, y me dirijo a Fenis. Tras estudiar la estrategia de aparcamiento, y descubrir el de un hotel casi desconocido y a pocos metros del hotel, salgo del pueblo para cenar fuera. Camino de Aosta encuentro un camping con una pizzería al aire libre en la que me acomodo. Mientras veo el horno en plena pompa, una jarra de cerveza me acompaña bajo los árboles. Degusto una pizza fina como el papel, en el lugar perfecto. Tras un café, abandono el lugar, y retorno a Fenis.
Son las 20h30 y ha llegado el momento de acomodarme en las gradas frente al escenario. El concierto tiene lugar en un paraje maravilloso. Tras el escenario se observa el castillo, como una postal.
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El concierto termina a más de medianoche, con el público vibrando y una puesta en escena espectacular con tal orquesta. Abandono el lugar con la vespa, pensando en retornar al hotel por el mismo lugar. En plena recta, haciendo un cambio a largas, el mando de luces se quema y fallece. De pronto me encuentro de madrugada, sin luces, y con los coches de enfrente dándome ráfagas. Ya lo sé, ya, que voy sin luces, pero ¿qué quiere que haga? Ayudado por la luz de luna llena, consigo avanzar hasta una fábrica que me permite guarecerme debajo de una farola. Allí, ayudado por un transeúnte que me sostiene la linterna que llevo, decido desmontar el mando e ir a lo seguro. Corto los cables, y recordando que cortas es igual a gris con marrón, pelo los cables, los enrollo y los encinto. Ala, cortas para todo el viaje, se acabó, no hay más opciones.
Agradezco al vecino su colaboración, y sigo adelante. En lugar de volver por el mismo puerto doy un rodeo, por una carretera algo más larga pero aparentemente más transitada, puesto que rodar cerca de algún coche siempre me iluminará más, nunca mejor dicho. Tras otro largo recorrido, dando tumbos a las dos de la mañana, consigo llegar al hotel. Ya he tenido bastante por hoy. A ver si hay suerte y mañana alguien ha secuestrado a Cacereña.
JORNADA 8. 27 DE JULIO. EL DESCENSO VERTIGINOSO [/font]
Por cuarta vez, atravieso los puertos que me separan del valle de Aosta. Una vez más en la SS26, en dirección oeste. Al llegar al concesionario Piaggio, y considerando que es martes, por lo que espero que abran, me dirijo al servicio de recambios.
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El concesionario de lo más piji: bar, dependienta muy puesta con minifalda, decenas de accesorios, Ducatis amontonadas en fila, nuevas y de segunda mano, así como numerosas motos de otras marcas. Vamos, una auténtica boutique del motorista, o quizás del motero más exactamente. Dado que en este valle todo el mundo ha estudiado francés en la escuela, no hay mayor problema de entendimiento. Les explico lo sucedido, y lo que necesito. Tras rebuscar en el despiece e inventario informatizado me dicen que lo sienten mucho, pero que el regulador vale 60€ y que por lo tanto no lo tienen en existencia. Así que, mucho gusto, y hasta otra, intento fallido.
Tomo carretera de nuevo, abandonando Italia hacia el oeste, y aborrecido de que numerosos gilipollas me adelanten de malas maneras. Al final, los italianos y los españoles tienen bastante en común. Me dirijo hacia el Mont Blanc (claro, aquí en los carteles figura como Monte Bianco), y me detengo para hablar por teléfono en una zona de descanso. Es el monte que se ve al fondo de la imagen inferior.
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Un compañero de la oficina, se está cachondeando de mí por haber gripado. Según él, si hubiera llevado bujía de tal o cual tipo… El caso es que sigo adelante, y me desvío hacia la izquierda para entrar en Francia por el Col de St. Bernard, también nombrado como puerto del “pequeño” San Bernardo. Inicio otro ascenso bellísimo, y tras atravesar un túnel pierdo de vista el Mont Blanc, una lástima. El ascenso se prolonga por una zona rocosa con poca vegetación, hasta que finalmente culmino en la cumbre. Veo un grupo de motos, y aprovecho para aparcar junto a ellas.
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Frente a éstas, una terracita, donde observo que se puede degustar un steak tártaro. Pues nada, ahí me quedo, a saborear el primero del viaje. Mientras como, desde una posición elevada observo como algunos cotillean la Vespa con admiración. Sí, sí, pues veréis en la bajada cómo os doy cera. Termino de comer, y me dirijo a ver unos carteles que explican la historia de la raza de San Bernardo, donde dejo algún donativo para la sustentación de la especie.
Me preparo de nuevo y comienzo el descenso por la vertiente francesa. Una herradura se sucede tras otra, entre zonas boscosas donde abunda la sombra. El suelo no es perfecto pero suficiente para realizar una bajada animada. Al poco veo a mis espaldas a dos motoristas alemanes con sendas japonesas, uno de ellos con un llamativo adorno sobre el caso al estilo de los romanos, como un cepillo. El caso es que doy por sentado que me van a adelantar, y sin embargo no lo hacen. Eso me anima a acelerar, con la curiosidad de ver qué hacen. Veo cómo me alejo de ellos en la salida de las curvas, mientras que en la entrada me alcanzan, puesto que necesito empezar a frenar mucho antes. El caso es que en bajada nos defendemos cómodamente, y no se atreven con nosotros. Hasta que no descendemos todo el puerto y enfilamos una recta, no se deciden a pasar acelerando a fondo y mirándonos con desprecio. Peor para ellos.
Al llegar al valle tomo una carretera tranquila, con un intenso calor de nuevo, en dirección a Albertville. En esta ciudad localizo un FeuVert, donde consigo comprar un cargador de red para el GPS. Al menos, podré salir cada mañana con la batería cargada, lo que me da cierta autonomía.
Desde la ciudad busco un pueblecito donde se encuentra la casa rural a la que me dirijo, y tras recorrer un camino rural bastante prolongado, llego a una pacífica granja en el campo, donde se encuentra el alojamiento. El nombre, “La Ferme de Noémie”. Me recibe el propietario, sorprendido por la montura. Mientras me conduce a mi habitación me explica que se trata de una casa reconstruida con criterios medioambientales, como aislamiento térmico, reutilización del agua de lluvia, tratamiento de residuales para crear un pequeño estanque, o uso de biomasa para combustión. La casa está realizada casi en su totalidad en madera de bosques de explotación controlada. Asimismo, me ofrece un zumo de manzana de producción propia, que no tiene nada que ver con lo que se encuentra en el mercado.
Tras una hora de charla, me acomodo en el jardín, con vistas al bosque, donde comienzo a leer uno de los libros de Bugatti que he adquirido en el museo de Mulhouse dos días antes. Así paso la tarde, entre explicaciones de mi viaje y mis intereses al casero, que me sigue descubriendo los secretos constructivos de su maravillosa mansión. Una vez más, comprueba que en Francia existe otra conciencia hacia la naturaleza. Le sugiero que le faltan unas gallinas y patos correteando por el jardín, y me comenta que para la próxima temporada lo tiene previsto.
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Termino la jornada viendo el atardecer desde mi emplazamiento, y no escuchando nada más que los sonidos de la naturaleza antes de irme a dormir.
JORNADA 9. 28 DE JULIO. TIERRA DE LAGOS [/font]
Tengo todo el día por delante para llegar a Ginebra, así que es una jornada de relax. Tras un desayuno con productos naturales elaborados por el propietario de la casa rural, me propone que deje la zona atravesando el Col de Tamié, el cual me conducirá hacia la Alta Saboya.
Dejo la casa y tomo la ruta recomendada, que me hace atravesar un puerto muy tranquilo, en un paraje frondoso donde únicamente me cruzo con otra moto. Tras dejar atrás esta zona, llego a la población de Faverges, conocida por encontrarse aquí una fábrica de la firma de S.T. Dupont. Siguiendo de nuevo las recomendaciones recibidas, tomo la carretera que rodea el lago de Annecy por el este, atravesando pueblecitos y embarcaderos que se extienden a lo largo de la ruta.
Una vez en Annecy tomo definitivamente dirección a Ginebra, donde espero encontrarme con José Durán. José es hijo de emigrantes españoles, relojero de profesión, que regenta una coqueta relojería en Carouge, población anexa a Ginebra, de la que tan solo la separa un río. Tuve la ocasión de conocerle durante otro viaje a Suiza, a través de un amigo común, y se ofreció encantado para ayudarme cuando volviera por allí si tenía algún percance. El caso, lo más importante, es que a tan solo veinte metros de su relojería se encuentra “Motos Buhler”, que es un tallercito artesanal de Vespas, al estilo de Mamavespa, el taller de Pascual.
Sin mayores dificultades llego a la calle St Joseph, donde se encuentra el establecimiento. Mientras aparco la vespa en la puerta de la relojería, José está charlando amigablemente en la puerta de su establecimiento con unos vecinos. Tras los abrazos y felicitaciones por el intrépido viaje, me acompaña al taller, para ver qué podemos hacer con el regulador.
El mecánico me facilita uno nuevo para hacer pruebas, con lo que en pocos minutos tengo la Vespa medio desmontada sobre la acera, frente a la relojería. Tras algunas comprobaciones, las dudas de que el fallo esté en el regulador, así como el precio del recambio facilitado, decido dejar las cosas como están y seguir aguantando como he hecho hasta ahora.
A la una de la tarde nos acomodamos en una terraza próxima, donde tengo la oportunidad de degustar el segundo tartare durante mi travesía. Tras el almuerzo, por la tarde me dedico a callejear por Ginebra, acercándome incluso a Cologny, zona residencial donde se alojaron en el pasado personajes como Nancy Sinatra, u otros artistas. En un último intento, localizo el concesionario oficial de Piaggio en Ginebra, que responde al nombre de “Casa Vespa”, algo sorprendente. Aunque aquí la amabilidad brilla por su ausencia, también me facilitan finalmente algo de material para hacer nuevas pruebas. Con las mismas dudas que por la mañana, decido dejar las cosas igual y abandonar los intentos de reparación. De hecho, en la foto se puede ver, en primera fila, mi moto despiezada por enésima vez, frente al taller.
Como se está haciendo tarde y no tengo ganas de salir de la ciudad, modifico el plan y finalmente pernocto en Ginebra. Así, a la mañana siguiente, aprovecharé para acercarme al centro a ver escaparates y hacer alguna compra.
JORNADA 10. 29 DE JULIO. LA CASA DE LOS MÚSICOS [/font]
Tras madrugar un poco, me dirijo directamente a la calle Croix d’Or, donde se encuentra, entre otros establecimientos, Fnac. Tras adquirir una tarjeta de memoria, me dedico a pasear hasta que me acomodo en la terraza de un salón de café, atraído por el aspecto que lucen las tartas que se encuentran tras el escaparate. Apostado ahí, disfruto de un agradable desayuno mientras leo la prensa ginebrina, como un vecino más.
Tras visitar una famosa tienda de juguetes, dejo la ciudad en dirección a Montreux, es decir, por la carretera que discurre hacia el este en el norte del lago Lèman. Al poco tiempo, el cielo va cambiando de color, cada vez más amenazante, hasta asumir que en breve me voy a calar hasta los huesos. Efectivamente, poco antes de Morges, una fuerte tormenta descarga sobre mí, sin darme tiempo a ponerme el traje de agua ni protección alguna. En la primera salida de la autovía veo un hipermercado, por lo que salgo inmediatamente con la intención de refugiarme en el aparcamiento. Inmediatamente me sigue otro desafortunado, en este caso un francés que conduce una Moto Guzzi de los años setenta con sidecar. Dado que estamos en el mismo barco, nos quedamos charlando hasta que escampa.
De nuevo en la carretera. Al menos, la presencia del sol en algunas zonas me ayuda a secarme. Dejo la carretera en la salida de Morges, pues tras haber ido en mayo para un concierto, me apetece pasear por su calles de nuevo, esta vez en moto. Foto obligada en su castillo, paso junto al hotel de Mont Blanc, y de nuevo en ruta.
José, el día anterior, me había recomendado un restaurante en la localidad de Grandvaux, puesto que asegura que tiene las mejores vistas posibles sobre el lago. No dudo de su afirmación, así que decido hacer parada allí para almorzar. Tras llegar al pueblo, encuentro el que parece ser el restaurante, por la descripción, puesto que José no recordaba el nombre: Hotel du Monde.
A pesar del aguacero que ha caído apenas una hora antes, me acomodo en la terraza, puesto que efectivamente las vistas lo merecen. Cuando me atiende el propietario, le indico que un amigo de Ginebra me ha dicho que prepara el mejor tartare de la región, y que desearía degustarlo. El hombre sorprendido me dice que de dónde he obtenido dicha información, y se lo explico. Tras el almuerzo, puedo corroborar que José tenía razón, marchándome encantado.
Al llegar a la moto, recojo la ropa de agua que había dejado tendida encima, y que ya se ha secado. Por ahora, el cielo no amenaza lluvias, y la temperatura invita a avanzar con menos capas. Desde Grandvaux la carretera que me conduce a Montreux desciende paulatinamente hasta el nivel del lago, ofreciendo unas vistas que recojo en vídeo también. Atravieso Montreux, para dirigirme al castillo de Chillón. El castillo es un imponente edificio medieval situado sobre una isla en el lago, a pocos kilómetros al este de Montreux. Dado que lo he visitado hace unos meses, me limito al reportaje fotográfico, y a comprobar si todavía están los cisnes que se beneficiaban de los donativos de los turistas. En esta ocasión los cisnes han sido reemplazados por una familia de patos.
Por fin me dirijo hacia el destino final de la jornada, La Chapelle, un pueblecito situado en el cantón de Friburgo. Aquí he localizado una casita rural que parece muy acogedora y que está suficientemente separada del mundo civilizado.
Rodando por carreteras rurales desde Montreux, y ascendiendo hasta una cota de unos ochocientos metros, en poco más de media hora llego al lugar. Route des Oches, nº 1, no hay pérdida.
Se trata de una gran casa de campo, de fachada clara en madera, con contraventanas de color azul cielo. La rodea un gran jardín, en pendiente, que finaliza junto a una vía de tren, que como observo a lo largo de mi estancia, es recorrida frecuentemente por diversos trenes de mercancías. El lugar es paradisíaco, ni un solo ruido de tráfico, y un montón de gatos correteando a mi alrededor.
Tras insistir en el timbre un par de veces, decido entrar por voluntad propia. Escucho música que proviene desde un salón, hacia el que me dirijo. Allí encuentro, a la propietaria a manos de una marimba, así como a un curioso personaje con guitarra en mano. Tras dejar de tocar, hacemos las presentaciones, y me explican que son músicos, y que quien quiera acudir a su casa a ensayar es bienvenido. Les felicito por disfrutar de tal lugar, en el que se combina la naturaleza con tal admirable pasión. Elisabeth, como se llama la casera, me pregunta si también soy músico, y le contesto que ya hace muchos años que dejé de estudiar, y que aunque sigo tocando no soy profesional. Con sorpresa, me saca un instrumento entre las decenas que almacena, y finalmente acabo improvisando junto a ellos, puesto que me animan diciéndome que todo el que pasa por esa casa está, siempre que le apetezca, invitado a acompañarles.
Paso casi toda la tarde hablando de música, explicándole los motivos de mi viaje, y mi atracción por el jazz y el estilo de Astor Piazzolla. Me propone que, si con más tiempo, decido ir hacia al lugar, podría preparar algunas obras con ella e incluso ofrecer un concierto. Si las condiciones laborales me permiten escaparme durante algún tiempo, lo haré sin ninguna duda durante el próximo invierno.
Invierto lo que queda de tarde en continuar leyendo el libro de Bugatti, allí donde lo había dejado dos días atrás, acomodado en el jardín, rodeado de gatos, con la silueta de los Alpes en la lejanía, hasta que la noche me obliga a retirarme.
JORNADA 11. 30 DE JULIO. QUESO Y CHOCOLATE [/font]
El viernes 30 he preparado la jornada en torno a una atracción turística que tiene su origen en Montreux, el “Train du Chocolat”. Se trata de un recorrido en un tren de cremallera, a la par que la visita a diversos enclaves del la comarca.
A primera hora me dirijo a Montreux, dejando a Cacereña aparcada junto a la oficina de turismo de la ciudad, que queda a pocos metros de la estación de tren. Ya en la estación, me acomodo en un vagón Pullmann “Belle Epoque”, que data de 1915.
Dejamos la ciudad con puntualidad suiza. Al poco de comenzar el ascenso, nos ofrecen café y croissants. Me decido por el Ovomaltine, equivalente suizo del Cola Cao. Tras recorrer unos parajes maravillosos, observando a las vacas a través de las ventanas, llegamos a Gruyère, donde nos detenemos.
La primera visita consiste en el museo del queso de Gruyère, donde se expone el proceso de fabricación de este queso en directo, junto con una amena explicación en la cual se describen cuáles son los aspectos del entorno que influyen en sus características distintivas.
Lógicamente, tras la visita viene la tienda donde, afortunadamente, no salgo más que con una hogaza de pan y un trozo de queso que bien me servirán de tentempié durante mi regreso a España dos días después.
De la quesería nos dirigimos propiamente a Gruyère, pueblo medieval situado sobre un cerro donde, a través de una plaza medieval empedrada, me dirijo hacia el castillo, cuya entrada está incluida con la reserva del tren. Tras visitar este monumento, un paseo por el pueblo, y a comer.
La organización es perfecta, puesto que las horas de detención en la villa te obligan a almorzar en el lugar. Me acomodo en una terraza y, lógicamente, una fondue, puesto que aunque me habría decantado por una raclette sólo la sirven para dos personas…
Pasadas las dos de la tarde nos recogen de nuevo para dirigirnos a Broc, donde se encuentra la fábrica de chocolates Cailler, actualmente propiedad de Nestlé. La fábrica, que cuenta con más de cien años en servicio, desde 1898, dispone de otra visita guiada en la cual se describe el proceso de fabricación del chocolate, la historia de la marca, así como los motivos que hacen que su paladar sea tan particular. Entre otras cosas, nos comentan que, con fines ecológicos, todas las materias primas que entran en la fábrica y productos terminados que salen lo hacen en ferrocarril, como lo han hecho durante los últimos cien años. Como no podía ser menos, la visita termina con una degustación de diversos tipos de chocolates antes de, por supuesto, pasar por la tienda.
En esta ocasión, el calor sí que me ha impedido comprar nada, aunque podría haber salido con decenas de tabletas. La exquisita presentación, la variedad de productos que lógicamente no podemos encontrar aquí, animan a adquirir existencias para satisfacer durante meses a los más golosos. Me conformo con mirar a los demás. Qué le vamos a hacer, si vuelvo por aquí en invierno será otro cantar.
Finalmente, retomamos el tren en la estación que se encuentra junto a la fábrica, con destino Montreux. A eso de las 17h30, llegamos de nuevo al punto de partida.
Cacereña me espera donde la he dejado por la mañana. De nuevo, por carreteras secundarias entre los pastos y las granjas, retornamos a La Chapêlle, con la intención de seguir hablando de música en la casa rural. Paso de nuevo la tarde conversando y escuchando un ensayo frente a la marimba, gratamente sorprendido por el poder de este instrumento tan desconocido hasta entonces para mí.
Me retiro, dándole de nuevo vueltas a la idea de poder retirarme allí durante algunas semanas con el fin de poder compartir el descanso con la música…
JORNADA 12. 31 DE JULIO. LA SELVA NEGRA [/font]
A media mañana abandono con dolor el lugar que para mí ha representado casi el paraíso. Me despido de Elisabeth, con la firme intención de volver por allí en algún momento, y la promesa de remitirle el último disco que ha editado Richard Galliano, con diversas obras de Bach, y que para ella representa el “maestro”.
En poco tiempo me encuentro en el área de servicio de Gruyère, donde ya me había detenido la jornada en la que me dirigía hacia Aosta, con el fin de comprar las últimas tabletas de chocolate Cailler que podré degustar durante mi viaje.
Antes del mediodía me aproximo a Baden, para atravesar la frontera hacia Alemania. Unos minutos atrás la sirga del velocímetro ha decidido que ya tenía bastante, rompiéndose y dejándome sin información de las distancias recorridas entre repostajes. Claro, ya llevaba varios días sin que se rompiera nada, y algo tenía que caer.
Entro en Alemania por Koblenz, si no me equivoco. Desde aquí, ruedo hacia el este con la intención de llegar a la autopista A81 que se dirige hacia Stuttgart. Me detengo en un área de descanso en un frondoso bosque, con la intención de almorzar lo que había adquirido en el área de Gruyère, y al instante se detiene un motorista por la curiosidad que le había provocado mi montura. Él proviene de Basilea, suiza alemana, por lo que aunque no habla francés nos entendemos en inglés sin mayores dificultades. Le explico hacia dónde me dirijo, y pasamos un rato charlando amigablemente. Él viaja de fin de semana, hacia el este. Intercambiamos correos electrónicos, y nos despedimos. Ciertamente, me he cruzado durante el viaje con mucha gente que viaja en moto, y que no se limita a salir para almorzar a veinte kilómetros y lucir sus motos en las terrazas.
Sigo atravesando la selva negra, rodeado de bosque interminable, hacia el norte, por la autovía una vez que he dejado el entorno del límite fronterizo.
Sobre las cuatro de la tarde llego a Calw, en cuya abadía se celebra el concierto de Rondò Veneziano, con el que culmina mi travesía musical. Tras tomarme la tarde de relajación, y beneficiarme del trozo de queso de gruyère que arrastro así como de una barra de pan, acudo al recinto.
Por lo poco que averiguo, la abadía donde se celebra el concierto, de gran belleza, tiene sus orígenes en la Orden de Cluny. El claustro, concretamente, se encuentra semiderruido, y recuerda a lugares como San Juan de la Peña. En el fondo se sitúa un escenario donde, por las dimensiones, la formación musical que esperamos cuenta con más de treinta músicos.
El concierto es espectacular. La formación original, con unos once músicos caracterizados con trajes barrocos, se ve acompañado por una orquesta, con lo que el resultado es magnífico. Después de un largo concierto, me retiro. Los días felices se acaban y debo regresar.
Vaya viaje que te has marcado. 😯 😯
Gracias por compartirlo con nosotros.
salu2
JORNADA 13. 1 DE AGOSTO. LOS QUESOS DE SAINT NECTAIRE [/font]
Dejo calw a las seis de la mañana. Tengo muuuuchos kilómetros por delante, y quiero llegar a Saint Nectaire a una hora razonable para pasear por el pueblo.
Cojo la autovía hacia el sur que se traza paralela a la frontera con Francia. Me planteo la duda de si descender por Alemania o por Francia, y finalmente lo hago por Alemania hasta la frontera próxima a Mulhouse. Durante dicho tramo, me detengo en una gasolinera a repostar y, ante mi sorpresa, un motorista al otro lado del surtidor me pregunta que de dónde vengo. Le comento que procedo de Zaragoza, a lo que me responde que él trabaja en Tudela. Se trata de un viajero rumano, que había vuelto en moto a su patria por vacaciones, y que se encontraba de regreso. Insiste en tomar un café, a lo cual acepto encantado, y tras invitarme, nos pasamos un rato charlando sobre las características de nuestros viajes. Él viaja en una 600 moderna, bien pertrechado, puesto que no es poca la distancia que ha recorrido.
Intercambiamos los números de teléfono, y nos despedimos. Yo salgo un poco antes, puesto que él está revisando unos últimos detalles. Al poco de atravesar la frontera y sobrepasar Mulhouse, me adelanta saludándome.
Continúo sin descanso, parando sólo lo necesario para repostar, tomar un bocado rápido, y poco más. Aún me acompañan los restos del taco de gruyère, que junto con alguna chocolatina adquirida en cada gasolinera me resultan más que suficiente para mantenerme despejado. Afortunadamente, la temperatura no es demasiado elevada y puedo rodar rápido, sin miedo a más gripajes. Deshago la ruta que me había llevado a esta zona dos semanas atrás, aproximándome a Chalon sur Saône. Desde este punto, continuaré por carretera nacional, dado que una estupenda ruta prácticamente recta me aproxima a Clermont Ferrand. Poco antes de llegar a una ciudad llamada Lapalisse, el cielo se va cubriendo y amenaza tormenta. Hasta el momento no ha caído ni una sola gota, pero temo que mis horas están contadas. Atravieso Lapalisse, observando un imponente palacio sobre lo alto, que como averiguo posteriormente es visitable, lógicamente.
Llego a una gasolinera junto a la salida, y al minuto comienza a llover torrencialmente. Efectivamente, la tormenta ha llegado, y la propietaria me ofrece guarecerme en su taller mientras me disfrazo de nuevo con el traje de pocero, del que prescindía ya desde hacía varios días. Un oscuro y cerrado cielo me hace saber que esto va a durar más de diez minutos. Efectivamente, ante la insistencia de la tormenta, decido salir a la carretera lloviendo.
Desde aquí hacia Vichy, que dejo a mi izquierda, para alcanzar definitivamente la autopista que se encuentra al norte de Clermont Ferrand. Sigue lloviendo insistentemente, y ya no dudo de que voy a terminar así la jornada. Atravieso esta ciudad por el este, para dirigirme hacia el sur y tomar la salida número 6. Poco antes de esta salida, me detengo de nuevo en un área para llenar el depósito. Las gotas rebotan sobre inmensos charcos, mientras los motoristas nos miramos con cara de angustia. Habrá que proseguir.
Por fin, me adentro en un valle situado en Auvergne, que se caracteriza por los montes, volcanes extintos, que hacen de la zona un entorno con cimas de aspecto singular, a la par que valles frondosos con carreteras en perfecto estado para disfrutar.
Tras atravesar Champeix y Grandeyrolles, llego a Saint Nectaire. Este pueblo es conocido por lo quesos de denominación del mismo nombre, y que ya había tenido la oportunidad de conocer el año anterior en mi viaje a Cluny. Me alejo en el Hotel de la Paix, donde disfrutaré posteriormente de una “truffade”. De Saint Nectaire, claro. Asciendo a pie para visitar de nuevo la iglesia románica, que me maravilla de nuevo, un año después de mi última visita.
Ya en el hotel, y para mi desgracia, el propietario, holandés, decide agradarme durante la cena obsequiándome con música de Julio Iglesias en la sala. Si el pobre supiera lo que opino al respecto… Al menos, disfruto de la truffade, que es un revuelto hecho con patata frita, jamón y claro, queso fundido de Saint Nectaire. Una delicia hipercalórica y poco adecuada para irse a dormir de inmediato. Aún así, me voy a descansar, que mañana aún queda un buen trecho.
JORNADA 14. 2 DE AGOSTO. GOING HOME [/font]
A las ocho de la mañana, atravesando el “Col de la Croix Morand”, me dirijo a La Bourboule, donde se encuentra la quesería Subirana, con el fin de llenar los huecos que aún quedan en mis baúles. Una vez allí, habiendo atravesado el puerto con densa niebla y algo de agua, me encuentro con un francés que me comenta poseer una PX125, y que me anima, puesto que ambos somos conscientes de la jornada pasada por agua que me espera.
De hecho, según cargo diversos tipos de queso en las maletas, con la quesería de fondo, observo cómo la nube negra se ceba sobre mí. De nuevo, me disfrazo, y en esta ocasión para todo el día.
Desde Saint Nectaire salgo por la autovía que me dirige hacia el norte de Toulosse. Aburrida a más no poder, pero al menos práctica. En torno a unos 350km que se hacen interminables. Para mí, Toulouse representa un vértice psicológico en el camino, que una vez superado me dará ánimos. Continúa lloviendo, y bastante fuerte. En algunas zonas paso frío, puesto que la temperatura no es elevada y además el agua comienza a calar por algún sitio. Con las horas que me esperan así llegaré empapado al final del trayecto.
Sí, en torno a las 14h, coincidiendo con mis previsiones, atravieso Toulouse. La lluvia da tregua durante una hora, hasta que tomo la salida 16 que me conducirá inevitablemente de nuevo hacia el sur. Apenas queda una hora para dejar Europa y volver con pesar a España. Según asciendo hacia los Pirineos, a la altura de Arreau, comienza a llover con fuerza. El ascenso, en el cual adelanto a diversos coches a pesar de mi carga, se hace extremadamente duro. Las herraduras se suceden, mientras veo cómo el agua se acumula en la calzada, y medito sobre el poder de evacuación de las SM100. No he tenido ningún susto hasta el momento y triste sería caerme ahora. Además, la visibilidad se reduce, la visera del casco se está empapando incluso por dentro, y tengo que hacer un gran esfuerzo para centrar mi vista sobre la ruta correcta.
Un camión, un camión me obliga a reducir a primera, con miedo de que se me cale y no pueda volver a arrancar. Con tal cantidad de agua, la batería sin carga, la moto con ruido de cacerola, y al comienzo de mi agotamiento, empiezo a dudar si podré arrancar de nuevo en el caso de pararme. Decido intentar adelantar al camión en un tramo recto, puesto que aunque es subida él no rueda a más de treinta por hora. En primera hasta agotar el cuentavueltas, me lanzo con la esperanza de que no haya dejado de percibir algún coche en contra por causa de la lluvia. Segunda a media altura del camión, y lo supero según alcanzo una curva perdiendo la visibilidad. Al menos, podré continuar algo más rápido. Tras las últimas herraduras, una subida paralela a la ladera me permite percibir al fondo el túnel de Aragnouet – Bielsa. También observo el semáforo que controla la circulación alternada, en rojo para mi desesperación. Subo la moto al caballete, y decido parar el motor. Si decide no arrancar, siempre puedo lanzarla por la pendiente en dirección contraria. Tras unos minutos, el túnel se reabre en nuestro favor, y al primer intento, gratamente sorprendido, Cacereña arranca entre sus gritos metálicos.
Entramos en el túnel. Apenas un kilómetro, y veré el cartel que delimita la frontera en el interior del paso, para mi dolor. Al dejar el túnel, llueve aún más que en Francia. Inicio el descenso con tal naturalidad que parece que el suelo está seco. Veo a la izquierda a unos motoristas refugiados bajo el acceso a una central eléctrica, esperando que escampe. Pues lo llevan claro. En la gasolinera próxima a Bielsa reposto, tras realizar parte del descenso en punto muerto pensando que estaba a punto de agotar la reserva. Entre charcos, intento salir, haciéndome sitio por los huecos que hay entre los coches que se refugian de la tormenta. De poco sirve detenerme, ya estoy empapado y no voy a solucionar nada. El GPS se ha inundado y ha muerto también.
Continúo hacia Ainsa. Justo frente a la gasolinera que se encuentra a la izquierda me detengo en un atasco, y ante la amenaza del granizo, intento zafarme por el arcén inútilmente. Al minuto veo caer las primeras piedras, mientras que un motorista francés refugiado bajo el alero de la gasolinera me observa con indiferencia. Ahora ya no tengo escapatoria, me conformaré con no patinarme en el hielo y tratar de mantenerme en pie. Las piedras rebotan contra el casco, retumbando sonoramente. ¿Se rayará? No me importa demasiado, pero lo cierto es que tengo curiosidad. Los impactos sobre los brazos y las piernas me duelen, a pesar del traje de cordura, mientras observo cómo se cubre la plataforma con bolitas blancas del tamaño de cerezas, al igual que la calzada. Los coches empiezan a avanzar y se esconden como pueden allí donde ven un árbol o un saliente. Yo prosigo, dado que como vuelva a echar el pie al suelo, me caeré, entre el mar de cubitos de hielo. La carretera es mía, puesto que todos los coches se han detenido en el arcén. Un mar de hielo cubre el pavimento, pero confío en que la rueda estrecha pueda abrir camino. Efectivamente, ni un resbalón y, a veinte por hora, decido seguir, pues ni la lluvia ni el granizo me van a detener. Como averiguaré posteriormente, una tormenta similar ha arrasado los cultivos de melocotón, una vez más. Creo que ha sido el día más aguado de mi vida motorista, ya que he pasado no menos de diez horas bajo una lluvia intensa, sin otra elección que seguir adelante.
A unos cinco kilómetros de Ainsa, desaparecen las precipitaciones, y poco a poco intenta asomar el sol. Según me dirijo a Barbastro, comienza el ascenso de la temperatura, y en dicha localidad me planto en treinta grados. Como decía, ya estamos en el desierto. Desde allí hacia el oeste, para repostar antes de Huesca, en Siétamo si no me equivoco.
De nuevo en la autovía, sigo calculando la hora de llegada. La estimo en las 20h30, por lo que me pasaré por el taller de Pascual, Mamavespa, para entregar los quesos que me han encargado Abelina y Serafín. Atravieso el puente del Tercer Milenio que me conduce a la margen derecha. Tras el paso por algunos cruces, enfilo Nuestra Señora del Salz, aparcando con no pocos esfuerzos en el badén de Chipo. Me dirijo hacia Mamavespa, donde Pascual me recibe con un abrazo, sonriendo por haber completado mi andadura. Ha sido junto como Rafa Lombard el mayor cómplice, puesto que ha ido escuchando mis desgracias día a día, actuando como reportero en la lejanía.
Tras relatar con más detalle algunos pasajes del viaje, me dirijo a casa. Las nueve y media de la noche. Abandono en el garaje a Cacereña, que se ha merecido un descanso, e incluso un lavado de motor a pesar de los desperfectos.
El balance de la ruta, muy positivo. He disfrutado de rincones de ensueño, conocido gente bien peculiar, rodado junto a verdaderos viajeros de los que aquí no abundan, y meditado durante horas sobre la vida, el futuro, mi anhelado exilio, futuros destinos, etc.
Definitivamente, destino para el próximo año: OSLO.